La alimentación influye tanto en el estado de salud del momento como a largo plazo. Muchos estudios han demostrado que existen una serie de hábitos alimentarios NO saludables que representan un riesgo para la salud y que modificándolos ayudan a disminuir la probabilidad de aparición de enfermedades en etapas posteriores de la vida.
Una buena alimentación es el pilar básico en la prevención, promoción y mantenimiento de la salud durante nuestra vida.
Estos son los hábitos alimentarios NO saludables más comunes:
- Elevado consumo de sal
Una dieta alta en sodio eleva el riesgo de enfermedades cardiovasculares y circulatorias por medio del aumento de la hipertensión arterial.
Se recomienda disminuir la ingesta de sal y alimentos salados.
- Elevada Ingesta de grasas
La ingesta de grasas saturadas (presente en embutidos, pastelería industrial, fritos y precocinados) favorece los problemas cardiovasculares (aumenta el colesterol y triglicéridos en sangre), dislipemias y obesidad.
Se recomienda bajar las grasas saturadas y elevar la ingesta de las grasas insaturadas (proceden de los aceites vegetales, oliva especialmente, y del pescado)
- Elevado consumo de azúcar
La ingesta excesiva de azúcar que contienen los dulces, bollería industrial, golosinas y bebidas azucaradas (refrescos) favorece la aparición de obesidad, caries dental y están contraindicadas en casos de diabetes.
- Bajo consumo de yodo
La baja ingesta de yodo produce unas alteraciones metabólicas relacionadas con el desarrollo y el crecimiento durante la infancia.
Debemos emplear sal yodada y elevar la ingesta de pescados, sobre todo en niños.
- Escasa ingesta de fibra y vitaminas antioxidantes (A, C y E, por ejemplo)
La ingesta escasa de fibra está relacionada con el estreñimiento y el escaso aporte de vitaminas con la posibilidad de sufrir diferentes tipos de cáncer.
Para evitarlo, debemos tomar tres o cuatro piezas de fruta fresca al día, verduras y hortalizas.
- Comer entre horas
El “picoteo” contribuye en el desequilibrio de nuestra alimentación. Además, los alimentos consumidos entre horas suelen tener gran densidad energética y poca riqueza en otros nutrientes, lo que favorece el aumento de energía ingerida y con ello la obesidad.
- Saltarse las comidas y no desayunar
La primera consecuencia es que se llega a la siguiente comida con más apetito, se come más y favorece la aparición de la obesidad.
Se recomienda repartir la cantidad de comida en 5 ingestas para todo el día.
Saltarse el desayuno produce una disminución de la atención y el rendimiento en el colegio, trabajo, en la conducción. Además produce hipoglucemia. Un café con leche es insuficiente para evitar esta situación.
- Consumo elevado de carne y Baja ingesta de pescado graso
El consumo elevado de carne aumenta el colesterol y triglicéridos en sangre y por tanto aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Se recomienda incrementar el consumo de pescado, pues contiene ácidos grasos insaturados que ayudan a disminuir el colesterol y triglicéridos en sangre y por tanto previenen la aparición de enfermedades cardiovasculares.
- Sedentarismo y Excesiva ingesta de energía
Muchas personas tienen una actividad física escasa o nula, aumentando al mismo tiempo la ingesta energética. Esto conlleva a un balance de energía que conduce a la obesidad.
Debemos realizar una actividad física de forma regular y equilibrar la relación ingesta energética/gasto.
- Baja ingesta de agua
A menor ingesta de agua mayor dificultad para la eliminación de desechos. Esto favorece la litiasis renal y la deshidratación especialmente en verano.
Se recomienda beber al menos un litro y medio de agua al día y NO debe sustituirse ni por refrescos, zumos (llevan mucho azúcar añadido) o leche.
Los niños y ancianos tienen disminuida la sensación de sed, por lo que debemos ofrecerles agua constantemente.